Cena del 24


Imagen: Matthias_Groeneveld en Pixabay. 


La algarabía matutina que anticipaba al desayuno familiar solía ser un rito tan armonioso como caótico. En la planta baja, donde se encontraba el comedor, la actividad familiar había alcanzado su punto cumbre, pero sólo mamá cocinaba. El abuelo, mientras le subía más al volumen de la televisión para escuchar mejor el noticiero, se quejaba de las últimas reformas aprobadas por los legisladores. Papá, quien acompañaba al abuelo, sólo asentía al parloteo, mientras veía a Melissa, su hija de ocho años, jugar con el perro cuyos ladridos parecían ser más y más fuertes. Mamá gritaba por segunda ocasión que el desayuno pronto estaría, a la par que pedía ayuda para acomodar la mesa. En la planta alta, tras luchar contra el alboroto de abajo en búsqueda de un momento más de sueño, Miky se rindió y aceptó con resignación que debía renunciar a su cálida cama en esa helada mañana.

Se sentó en el borde de la cama y observó a su alrededor. De frente estaba la puerta, por donde no sólo se colaba el ruido sino además el olor a chocolate caliente y hotcakes navideños, la especialidad que mamá preparaba sólo en la mañana de Nochebuena. De reojo echó un vistazo al calendario de gatitos que tenía a un costado del escritorio donde hacía tareas y corroboró que, en efecto, ya era 24 de diciembre.

A toda prisa y con la determinación de bajar a tiempo a desayunar, Miky se levantó; esos hotcakes eran una delicia que sólo podía comer ese día del año, y si no se apuraba, no alcanzaría tantos como quisiera. Sin embargo, antes de abrir la puerta, al alzar el brazo, percibió un inquietante olor que, supo al instante, emanaba su persona. No se había dado un baño desde hacía dos días, y en ese día especial sí que tendría que hacerlo. 

Miky reflexionó por un momento las implicaciones de la decisión que tomara. Si no bajaba a desayunar en ese preciso instante, cuando lo hiciera, habría pocos o ningún hotcake, y tendría que conformarse con los normales, o peor aún, con los de avena que mamá hacía para el abuelo y que no solía comerse por preferir los especiales. Si no se bañaba en ese momento, más tarde haría más frío, lo cual volvería del baño una experiencia aterradora, ya que no tenían en casa agua caliente desde mayo, y calentar agua en la estufa no era opción para Miky.

Sabía que no debía ser una elección complicada, pero Miky no podía evitar la frustración que acompañaba a la indecisión. De nuevo miró a su alrededor, como buscando una respuesta en algún rincón de su habitación. Cuando clavó de nuevo la vista en la puerta, Miky por fin había tomado una decisión entre bajar a desayunar e ir a bañarse.


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