Luego del bochornoso momento en el restaurante, pedí la cuenta y me retiré. Mi solitaria celebración terminó pronto; ya en casa festejaría mi recuperación de la misofonía.
A decir verdad, me hizo falta Leonor; fue una lástima que justo esa noche se enfermara del estómago, según dijo, porque resulta que sus planes no eran conmigo.
Le reconozco su astucia a la hora de mentir; es casi un arte que domina con maestría. Eso siempre y cuando actúe en solitario, porque cuando necesita cómplices siempre le fallan; nadie tiene la delicadeza que ella maneja como estándar a la hora de mentir, y eso conlleva a que los detalles más insignificantes se conviertan en evidentes cabos sueltos.
Por favor, quítate el dedo de la boca, ¿sí? Gracias.
Clarito le dije alguna vez que esa Bibiana era una imprudente e indiscreta, pero ella me alegaba que no, que sólo era alguien que amaba tanto su apariencia y su día a día como para compartirlos con el mundo.
Tal vez ahora me crea. Gracias a las fotos que la Bibi subió al feis supe que el estómago de Leonor estaba más que bien, si no ni hubiera pedido esas alitas tan ácidas que siempre se pide.
Sobra decir que le llamé de inmediato para exigir una explicación. No tuve que suponer nada porque, por una vez, habló con la verdad.
Ella no soportaba mis reacciones ante los sonidos que la gente hace al comer, ella incluída, y dijo que aunque fuera yo muy guapo, era más fácil dejarme que al tan arraigado hábito de chuparse los dedos.
Adivinaste: lo de "guapo" no lo dijo, pero yo sí; necesito darme ánimos. Lo demás sí pasó. Por cierto, terminó conmigo, no sin antes felicitarme por mi exitosa recuperación de la misofonía.
Si te soy sincero, agradezco que todo eso pasara. No me imagino estar ahora en esa mesa, rodeado de esos molestos ruidos que hace la gente al comer alitas.
Aunque me veas con esos ojos; sabes que tengo razón.
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