Fuente: Pixabay
Las calles eran un caos; la ciudad, un total desastre. Esa era la situación en nuestro entorno; ya nadie podía tolerar tanta presión sin que se diera un estallido. O seguíamos de brazos cruzados, o alzábamos los puños exigiendo lo que merecemos, y por primera vez en muchos años, la mayoría estuvo de acuerdo.
Me uní al movimiento luego de tanta insistencia por parte de Crystal, y es que al principio no quería meterme en problemas. Era mi amiga y la quería mucho, pero siempre pensé que era una revoltosa y sus amigos unos hippies de mierda. Un día tuvo la suerte de hallarme sin ningún plan, aburrida por completo, y me convenció de ir una de sus reuniones. "Pues ya qué; de eso a nada", pensaba. Dije que ella tuvo suerte, pero después me di cuenta que yo fui quien la tuvo. Creo, no sé.
Lo que dijeron ese día me causó mucha incomodidad. Me dolió el estómago, la cabeza me punzaba y sentía mucha fiebre, además de temblorina. "Es rabia", eso dijo ella. Supuse que después se me pasaría, pero no fue así. Esa noche ni dormí por pensar en lo que escuché. En todo ese tiempo, me puse a leer, a investigar. Me convencí; había que hacer algo.
La verdad es que al principio sólo quería poner mi granito de arena. Tenía miedo de que, no sé, me atrapara la policía por andar gritoneando en las calles o repartir volantes; quería participar, pero haciendo el mínimo. Jamás pasó por mi mente tener alguna responsabilidad mayor, mucho menos liderar siquiera a dos o tres.
Crystal me habló de la mani próxima, que sería algo enorme. Todo mundo se estaba sumando, y era tal la convocatoria que el estado comenzó a desconectar las redes de internet y móviles para que estuviéramos incomunicados. No funcionó; la gente seguía pasando la voz. Después, organizaron una gran cantidad de eventos el mismo día de la manifestación; conciertos de artistas populares, un partido amistoso de futbol con luminarias del deporte, lo de la torta más grande del mundo y hasta sorteos de autos, casas e incluso una avioneta. Así era su desesperación, pero por primera vez, a nadie le importó nada de eso. Íbamos en serio.
Llegó el día. Las avenidas principales estaban abarrotadas mientras que el resto de la ciudad estaba desierta. La multitud se dirigía a un solo destino, el complejo gubernamental, y no querían negociar. La presión les tuvo sometidos por décadas; la presión les sacó a las calles.
Tenía miedo. No, estaba aterrada. Claro, me estremecía escuchar las consignas a una sola voz y cómo los gritos de justicia hacían temblar el suelo que pisábamos. Era hermoso, pero demasiado como para manejarlo. Crystal notó cómo me paralizaba. Me detuvo un momento, puso su mano sobre mi hombro y me miró con determinación. "Es normal cagarse de miedo, pero hoy, por estar aquí, estás haciendo historia", me dijo con la firmeza que siempre tuvo en su voz; nunca la escuché titubear. Me abrazó con fuerza, y después avanzamos.
Todo transcurría con calma, la que podrías esperar de una manifestación de gente encabronada, claro, pero nadie agredía a nadie. Desde el comienzo supimos que estarían los azules, y que a la menor provocación responderían sin reparos. Acercarnos al complejo fue suficiente incitación. Varias bombas de humo cayeron entre nosotros, y entre la confusión, comenzaron los gritos.
Era el cuerpo antidisturbios que entró directo y sin tocamientos, golpeando a diestra y siniestra, sin importar a quién le dieran. Adultos mayores, jóvenes, incluso niños que estaban ahí recibían una golpiza que nunca antes presencié ni creí que alguna vez lo haría. Me quedé helada cuando noté que entre los agredidos estaba una mujer con un bebé en brazos, haciendo hasta lo imposible por cubrirlo con su cuerpo de los inmisericordes macanazos.
No podía, no con eso.
Crystal me jaló con fuerza, mientras al mismo tiempo varios de sus amigos corrieron a ayudar a esa mujer para quitarse a los polis de encima. "Corre", dijo ella, "y tápate la cara siempre que puedas". No entendía nada; sólo corrí y la seguí, sin saber a dónde íbamos. Quizás confié en ella, quizás quería escapar y nada más.
De pronto escuché un fuerte ruido. Agua saliendo a chorros de unas pipas que habían llegado, con la intención de dispersar a cuantos fuera posible y enjaularlos, aprovechando la confusión y debilidad por el impacto de la mojada. Pero no me detuve ni miré atrás. No hasta que le dije algo a Crystal y no la escuché; volteé para asegurarme que siguiera ahí, pero no fue así.
Varios metros atrás, varios policías la tenían sometida, esposada, y la metieron a una camioneta junto a varios de sus amigos. Todos gritaban, pidiendo que los dejaran salir; estaban heridos, varios de ellos sangrando. A las compañeras las habían desvestido para exhibirlas, humillarlas, denigrarlas. También se lo hicieron a Crystal. Por si no fuera suficiente degradación, las cámaras de los medios que cubrían la manifestación las estaban grabando, y sabemos cómo son de buitres. No sólo las mostrarían como cosas, como objetos, sino que harían lo posible por convertirlas en villanas y, después, un hazmerreír. A todo el movimiento, pero ellas serían el emblema del absurdo.
Me quedé helada, otra vez; por eso, por todo. "¿A dónde corro?", me cuestionaba con desesperación. Quería ayudarla, a todas ellas, pero temía correr con la misma suerte. Crystal me dijo que haría historia, ¿pero así es como quería hacerlo? ¿Cómo llegué hasta aquí? Yo sólo quería poner mi granito de arena, no separar todos los mares. Fueron segundos que parecieron horas. Un grito irrumpió mi concentración. "¡Ya te tengo, pinche vieja!", eran tres policías que se dirigían hacia mí.
Corrí, tan rápido y tan lejos como pude.
Por tratar de escapar de los azules, me atrapó otro grupo; me agarraron con fuerza y me jalaron al interior de un local. Sentí que moría; mi instinto fue gritar. "¡Shh!, ¡espérate o nos van a hallar!", dijo alterado Rubens. Él era un gran amigo de Crystal, y al parecer, me había salvado sin siquiera conocerme.
Eso pensé.
"Le robamos un coche a los puercos, pelémonos", eso dijo él. Sin pensarlo, nos subimos; la idea era escapar lejos de ahí, quién sabe a dónde. Arrancamos y nos fuimos. No podía dejar de pensar en los niños, los ancianos, en esa pobre mujer y su bebé... en Crystal. Le pregunté a Rubens a dónde íbamos; aseguró que por más gente. "Perfecto... vamos por Crystal". No sabía cómo, pero quería hacerlo, y lo haríamos.
Algo me sacudió la mente, o más bien, terminó de organizarme las ideas.Tenía miedo, y no dejé de tenerlo, pero después de todo, ese día sí me dieron ganas de hacer historia.
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