Pagaron la cuenta y se disponían a marcharse sin esperar el cambio; habían dejado una generosa propina. Antes de levantarse, él la detuvo con un repentino "espera" que la alarmó. Asustada, y con los ojos casi a punto de salir de sus cuencas, ella se detuvo de prisa; él permanecía apacible en su asiento.
—Faltaron las galletas— dijo él con emoción.
—Tenemos en casa— ella se apresuró a responder. Reaccionó al instante; se río de forma burlesca—. ¡Ah, cierto! ¿Es en serio? ¿Tú?
—Sólo tengo curiosidad; será divertido— respondió él mientras alcanzaba una de las galletas de la suerte empaquetadas que el mesero acababa de dejar. La abrió con delicadeza, justo por la mitad, haciendo que una pequeña tira de papel se revelara ante ambos. Él la tomó con curiosidad; saboreaba el momento previo a la revelación.
—¡Qué ocurrente eres a veces!— ella aún reía con burla. Dejó de hacerlo cuando él la miró espantado.
—Dice que en la gentileza del agua encontraré un mejor mañana, ¿qué será eso?
—Tal vez sólo sea un haiku, y tú todo paniqueado — ella seguía de pie, esperando a salir.
—No, no puede ser... — él, aún sentado, procesaba el mensaje; parecía haberse desvinculado de la realidad.
—Cierto— añadió ella con evidente desesperación—, los haikus son japoneses. Ya es tarde, puedes seguir con esto allá, pero mejor no, qué pena.
Se levantaron para dirigirse a su siguiente destino, el lago estatal, donde tendrían su primer paseo en bote juntos. El sol comenzaba a asomarse con timidez, luego de la corta lluvia de mediodía; el clima perfecto para una cita perfecta.
Durante el camino, ambos permanecieron en silencio. Él, en su cabeza, le daba vueltas a todo ese asunto de la galleta de la fortuna. Ella, en cambio, sabía a la perfección lo que él pensaba. Se mantenía incrédula, y aunque sentía curiosidad de saber qué decía la suya, se mantuvo firme en su postura de escepticismo.
No fue sino hasta llegar al lago que, mientras él rentaba el bote, ella aprovecho el descuido para ir al baño y, una vez ahí dentro, abrir con rapidez su galleta. Su decepción fue mayúscula cuando se encontró con que el mensaje era el mismo que él había obtenido, algo de la gentileza del agua y el mañana. «Cuentos chinos», pensó ella mientras tiraba la galleta al cubo de los papeles sucios.
Ambos se encontraron, y sin decir más, subieron al bote y comenzaron a remar hasta adentrarse lo suficiente. Se olvidaron de la galleta por un momento y comenzaron a platicar de cuánto habían deseado esa pequeña escapada. El sol por fin hizo su aparición para añadir los matices alegres y coloridos a lo que pintaba ser un bello recuerdo en pareja. Las nubes iniciaban su retirada, y cuando las últimas gotas de la lluvia pasada comenzaron a rozar con los rayos de luz, dieron origen a un bello arcoiris que se divisaba al otro lado del lago.
Con asombro, él cortó de pronto la conversación para señalar hacia el otro extremo e indicarle a ella lo que ocurría.
—¡Eso es! ¡De eso hablaba!— gritó él exaltado, mientras se acomodaba para remar con mayor velocidad.
—¡Para tu carro! ¿En serio crees que hay un duende cuidando su oro ahí?— dijo ella exasperada.
—¿Y cómo sabes que no?— respondió él, sin dejar de remar.
—¿Y cómo sabes tú qué sí?— ella le retó— Esto no es Irlanda.
—Te propongo algo— dejó de remar; sonaba calmado—. Ayúdame a llegar hasta allá, y si no hay duende, yo me encargo de todos los quehaceres el resto del año. Ya si lo hubiera, entonces tú lo harás.
—Sí sabes que estamos en mayo, ¿verdad?— ella estaba extrañada.
—Lo sé, y también que te caga limpiar el baño, ¿qué dices?
—¡Claro que acepto, señor!— exclamó entusiasta mientras le extendía la mano para cerrar el trato.
Ambos comenzaron a remar de prisa y con gran esfuerzo, poniendo todo su empeño y concentración en llegar al otro lado del lago, objetivo que alcanzaron luego de escasos quince minutos. Lo que encontraron dejó a los dos boquiabiertos; él se quedó sin palabras, mientras que a ella se le salió un "carajo" al darse cuenta que no se escaparía de los quehaceres.
Un elegante y bien parecido caballero de traje verde custodiaba un vistoso caldero repleto de monedas doradas, de cuyo resplandor surgía el arcoiris.
—¡Bienvenidos sean! El agua les ha bendecido con su gentileza y les ha traído hasta mí a recibir su riqueza— dijo el sujeto mientras se quitaba el sombrero al saludar.
—¡Te lo dije!— se burló él mientras remaba con más fuerza para acercarse.
Ya en tierra, los dos bajaron con prisa y asombro. Se acercaron con lentitud, mientras veían con detenimiento al ser que los recibía con alegría; querían asegurarse de que fuera seguro hacer contacto. La pareja deseaba preguntar tantas cosas, pero el sujeto se anticipó a cualquier interrogante.
—Me ha dicho el destino que les tiene preparado un desenlace que jamás habrían imaginado. Aquel que posea este vasto tesoro actuará contra el otro sin ningún decoro.
—¡Da lo mismo, yo quiero todo este oro!— exclamó él mientras se apresuraba a tomar el botín a manos llenas. A la par, el caballero de traje verde la tomó a ella del brazo y la acercó con suavidad a su ser.
—Ahora esta bella dama de dulce mirada se irá a vivir a mi hermosa morada— anunció el caballero, ante la exaltación de ella y el asombro de él.
—¿A dónde vas, duende cabrón?— él reclamó— ¿Al menos le preguntaste si quiere ir?
—¿Con este bello ejemplar? ¡Ni siquiera lo debo pensar!— respondió ella entusiasmada mientras abrazaba al caballero.
—La dama ya ha hablado, y usted, buen señor, disfrute el tesoro que nuestro trato ha terminado— concluyó el de traje verde, mientras que, junto a ella, comenzaron a caminar por el arcoíris.
Indignado, él se subió al caldero para correr detrás de su pareja y aquel sujeto, aunque su intento se vio frustrado; el colorido arco se desvanecía en cada paso del caballero.
Así, ella se fue a otro plano de la existencia, a vivir en un mundo de color, tesoros y armonía en compañía del apuesto caballero de traje verde, mientras que él se quedó al otro extremo del lago, con un pesado caldero que con dificultad podría mover él solo, y una larga lista de quehaceres esperando en casa a ser realizados.
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