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Cena del 24

Imagen: Matthias_Groeneveld en Pixabay.  La algarabía matutina que anticipaba al desayuno familiar solía ser un rito tan armonioso como caótico. En la planta baja, donde se encontraba el comedor, la actividad familiar había alcanzado su punto cumbre, pero sólo mamá cocinaba. El abuelo, mientras le subía más al volumen de la televisión para escuchar mejor el noticiero, se quejaba de las últimas reformas aprobadas por los legisladores. Papá, quien acompañaba al abuelo, sólo asentía al parloteo, mientras veía a Melissa, su hija de ocho años, jugar con el perro cuyos ladridos parecían ser más y más fuertes. Mamá gritaba por segunda ocasión que el desayuno pronto estaría, a la par que pedía ayuda para acomodar la mesa. En la planta alta, tras luchar contra el alboroto de abajo en búsqueda de un momento más de sueño, Miky se rindió y aceptó con resignación que debía renunciar a su cálida cama en esa helada mañana. Se sentó en el borde de la cama y observó a su alrededor. De frente estaba la

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