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Comenzaré con una anécdota. Pasó hace más de veinte años, así que lo que te contaré es una parte de lo que recuerdo y otra (mayor) de lo que me han contado, sobre todo mi mamá y mi abuelita. Pero pasó en verdad.
Veníamos de regreso del Zoológico de Guadalajara. Había sido un día muy divertido, digo, ¿qué niño de cinco años no la pasa de locura en el zoológico? Como recuerdo, tomé un folleto de esos que traen información general del lugar, más o menos lo mismo que luego te encuentras en los anuncios de radio o televisión.
Comencé a leer uno de los párrafos de dicho folleto; era una lectura pausada, lenta pero segura. Al principio mi mamá no daba crédito total de lo que ocurría; las líneas que repasaba decían lo mismo que uno de los comerciales del zoológico que pasaban por la tele, y por alguna razón, me sabía de memoria muchos anuncios. Mi mamá pensó que recitaba uno de los anuncios de mi repertorio, pero mi abuela insistía en que yo estaba leyendo.
Entonces llegué al siguiente párrafo, uno de información “inédita”, o sea, algo que no había visto en ningún comercial y por ello no era posible que lo supiera de memoria. Esa fue la confirmación de que, en efecto, estaba leyendo por mi cuenta, por primera vez, y pues se armó la algarabía en el taxi en que íbamos.
Después de ese día, mi mamá procuraba que siempre tuviera algún libro cerca y así fomentarme el hábito por la lectura, misión que cumplió con éxito. Primero cuentos, luego novelas cortas, hasta que dejó de ser suficiente y me chutaba las enciclopedias. Claro que esto no era a los cinco sino (ponle tú) a los siete u ocho años.
Mi día favorito del ciclo escolar era cuando nos entregaban los libros de texto. La emoción que me daba era casi tan intensa como la de la mañana de Navidad; así es, era un ñoño, y creo que lo sigo siendo. Al llegar a casa hojeaba todos mis libros y para el final reservaba el de Español: Lecturas, porque ese no era para hojearse sino para leerse. Aquellos que sean de mi generación recordarán historias tan entrañables como la de Paco el chato, Mariposa de papel, pasando por Don Lalo Malos Modos y conociendo ya en los grados mayores a Cortázar, Bradbury o García Márquez, por mencionar sólo algunos.
Hubo un periodo breve pero significativo donde la lectura dejó de ser un hábito fuerte en mi día a día. Durante la universidad estudiaba y trabajaba, así que el poco tiempo que tenía libre lo pasaba (en su mayor parte) durmiendo. Por fortuna, reconecté con el hábito años después y hoy día ya leo casi tanto como en aquellos “años dorados”.
En todo ese tiempo me he encontrado con libros interesantes, divertidos, intensos, emotivos y, como todo lector, algunos con los que no era el momento ideal para coincidir y por eso no me atraparon y los terminé por dejar. Aún y cuando de todo libro puedes obtener algo, hay algunos que de una u otra manera te dejan huella por mucho tiempo.
Por ello es que me gustaría platicarte un poco acerca de los cinco libros que, al día de hoy, considero que más han marcado mi vida, y como dice Dross, “lo que vas a ver a continuación no es un top”, por lo que no están en ningún orden en especial.
Matar a un ruiseñor de Harper Lee
Leí esta obra hace menos de un año. Luego de leer Mientras escribo de Stephen King, entre su extensa lista de recomendaciones encontré este título, y fue el último empujón que necesité para leerlo. Comencé con la lectura digital, pero cuando mi novia tan linda me lo regaló en físico por mi cumpleaños, comencé de nuevo y lo terminé en unos cuantos días.
La historia tiene lugar en los primeros años del siglo XX, y a pesar de lo lejos que estamos de aquellos años, parte de las situaciones ahí planteadas aún son muy actuales. Me divertí con las ocurrencias y aventuras de Scout Finch, pero también me preocupé con ella y me conmovía con ella. Porque eso es, una historia conmovedora y cautivadora con una narración sencilla que hace más ameno tocar temas complejos.
Gran parte de lo anterior dicho explica el porqué está considerada en este recuento, ya que si bien ocurre en un contexto y época alejados al nuestro, se sigue sintiendo actual, por lo que considero que invita a la reflexión y crítica de las problemáticas sociales que aún siguen dando de qué hablar, y es que aunque en cuestiones raciales aún hay camino por andar (a pesar de los progresos de los últimos años), hay otras luchas que se han sumado.
Aún hay varios Tom Robinson sufriendo injusticias, algunos Atticus Finch peleando por los derechos de quienes no los tienen (porque no les dejan tenerlos) y varios Scout y Jem viendo todo desde el balcón más alejado, preguntándose si algún día esa normalidad dejará de serlo.
De este libro recuperé varias frases y fragmentos que me han gustado, pero el que más me gustó es uno donde se hace alusión al título.
“Los ruiseñores no hacen otra cosa que crear música para que la disfrutemos. No se comen los jardines de la gente, no hacen nidos en los graneros, no hacen otra cosa que cantar con su corazón para nosotros. Es por eso que es un pecado matar a un ruiseñor.”
El principito de Antoine de Saint-Exupéry
No recuerdo cuántas veces lo he leído; sé que han sido más de tres, pero no más de diez. Lo que sí recuerdo es haberlo leído la primera vez por recomendación de mi mamá; yo tenía más o menos ocho años cuando eso ocurrió. Si no recuerdo mal, ella dijo que era su favorito, así que no fue necesario decir más para convencerme.
Desde las primeras líneas, la historia me atrapó. Cada página que avanzaba, sentía que por fin podía entender el significado de “magia”. Soñaba con recorrer la misma ruta que siguió aquel dulce príncipe, y muchas veces tenía las mismas inquietudes que, como él, al ser pequeño no desistes hasta que han sido resueltas.
Al haber leído esta obra varias veces, es importante decir que lo hice en varios momentos de mi vida, y por lo mismo, lo que encontraba entre líneas fue distinto en cada visita a ese mundo.
Como niño, te identificas con las anécdotas que el narrador cuenta de su infancia y sus pininos en las artes. También con el cómo los adultos nunca entienden tu visión de las cosas y hacen menos las cosas que para ti tienen importancia en ese momento de tu vida.
Como adolescente, a veces te sientes tan perdido como el piloto. Crees que ya no hay tiempo para banalidades infantiles, pero tampoco quieres afrontar las adultas; no entiendes ni fu ni fa, y sólo quieres recorrer los mundos, hacer amigos en cada uno y sentarte a ver tranquilamente los 43 atardeceres.
Como adulto, tienes una opción en cada planeta que el Principito visita. Bien puedes ser el farolero que anda con tanta prisa como el conejo de Alicia, bien puedes ser el vanidoso que cuida mucho de las apariencias, y más de uno podría ser (o ha sido) el borracho. Si te descuidas, podrías ser todos a la vez.
Pero también, como adulto, miras hacia atrás a esos días donde todo parecía más fácil. No debías preocuparte por reparar tu avioneta para seguir tu viaje sino por entender matemáticas y gramática, aunque lo único que quisieras fuera dibujar boas que se han comido a un elefante.
Pienso que ahí radica parte de la belleza de este libro. Sin importar el momento de tu vida en que lo leas, encontrarás algo valioso que atesora.
De este libro rescato un fragmento que más de una vez te habrás encontrado en redes sociales.
“Si, por ejemplo, vienes a las cuatro de la tarde, desde las tres yo me sentiré feliz. Y a medida que se aproxime la hora, me sentiré más contento. A las cuatro ya comenzaré a agitarme y a estar inquieto: ¡conoceré el precio de la felicidad!”
El dilema de Houdini de Norma Lazo
Estoy seguro de que esto te ha pasado: ves un libro interesante por ahí, lees lo que la contraportada tiene qué decirte sobre la obra, te interesa aún más y decides llevártelo para leerlo muy pronto. Excepto que no lo haces pronto sino tiempo después, a veces mucho después (y en el peor de los escenarios, ese “después” no ha llegado).
Eso fue lo que me pasó con este libro. Lo compré para la Navidad del 2008, y lo leí casi diez años después, en una de esas tardes libres muy libres. Por aquellos días, atravesaba una especie de “crisis” de los 20; creía no estar haciendo lo que quería, me sentía atrapado en un tipo de rutina y cuestionaba mucho mi razón de estar en este mundo, y todo eso antes de siquiera cumplir 25. Comenzaba a contemplar varias salidas a esas inquietudes (pero no te espantes, nada trágico o dramático); sentía cierto deseo de fuga.
Tal vez no había leído El dilema de Houdini diez años atrás porque no era el momento apropiado. Pero ese diciembre del 2018 fue el tiempo preciso para hacerlo. El libro está narrado desde la perspectiva irónica, aguda y varias veces cruda de Sofía, la protagonista, que nos lleva muy de cerca a vivir su rutina, una que la agobia tanto como a sus conocidos, a quienes conocemos a través de los relatos de la joven.
También nos enteramos de que un tigre se ha escapado y merodea libre por la ciudad, causando estragos a distra y siniestra, y de cierto modo, el embrollo en el que el gran felino se ha metido y los líos que ha causado son una especie de analogía de las desventuras que viven los personajes de esta obra.
Cuando terminé de leer este libro me sentí más tranquilo. Mis inquietudes ahí seguían, al acecho cual tigre en medio de la ciudad, pero entendí que esos momentos de incertidumbre estarán a lo largo de la vida siempre que uno sea muy duro y exigente con uno mismo respecto a lo que ha hecho, debería hacer y, lo que más inquieta, lo que hubiera sido. Parecerá pesimista, pero no lo diré con ese ánimo: el llamado a la fuga se irá cuando haya total estabilidad, y nunca la hay.
De entre las líneas de Norma Lazo comparto el siguiente fragmento.
“...explorar la necesidad ajena siempre ha sido el negocio más boyante en la historia del hombre; y hacer planes para mejorar nuestra existencia, la forma fútil de inventarle sentido a la estúpida vida.”
Cambio de ritmo de Eloy Pardo
Este libro lo leí en las mismas fechas que el anterior, y también es responsable de abonar a la tranquilidad que sentí luego de la inquietud que me acechaba. Contrario a los libros anteriores, que narran historias de ficción, esta es una biografía, una donde no pasa nada excéntrico ni deslumbrante. Tan sólo es la historia de un hombre ordinario, pero creo que en lo ordinario podemos encontrar bastante de lo extraordinario. Eso fue lo que encontré aquí.
Bruce Wayne tiene a Batman, Clark Kent tiene a Superman, Peter Parker tiene a Spiderman y Eloy Pardo tiene a Still Morris. La diferencia de este último con los otros es que no sale a combatir el crimen, no usa un traje que le dé una identidad digna de convertise en modelo de muñecos ni se topa a villanos estrafalarios. Eloy Pardo se convierte en Still Morris cuando se cuelga una guitarra eléctrica y toca los primeros acordes de una canción de rock.
En su juventud, Eloy soñaba con ser un rockstar, así como muchos lo hemos soñado. Pero tal y como sigue pasando, la idea de hacer de la música una carrera resulta poco atractiva para las cabezas de la familia, y más si tomas en cuenta que él deseaba serlo a finales de los 70s, y más si también consideras que fue en España, y por aquellos días, la nación ibérica comenzaba a sacudirse las telarañas de la dictadura franquista, con todo lo que eso significaba.
Llegó un momento donde, a fin de asegurar el pan de cada día, apagó el amplificador y guardó su guitarra por décadas. En ese tiempo, comenzó a trabajar en el mundo bancario y, de a poco, escaló en la jerarquía de las instituciones bancarias hasta llegar a los altos niveles ejecutivos. Logró asegurar para él y los suyos estabilidad financiera, pero siempre le quedó esa espinita con la música.
Aunque ya entrado en años, decidió intentarlo, aún y cuando el “qué dirán” fuera mayor que en su juventud. Desempolvó su vieja guitarra y así es que nació Still Morris, su alter ego. Esto es, en resumen, lo que cuenta el autor en su libro; claro que hay muchos detalles que dejé de lado pero que vale la pena conocer.
Lo importante es que Cambio de ritmo trae un recordatorio a todo aquel que le inquiete no haber hecho lo que quiso: nunca es tarde para hacerlo, y mientras haya vida, aún existe la oportunidad.
“Un profesional que había experimentado durante su carrera profesional la satisfacción de varios ascensos, ninguno de los cuales le llegó tan hondo como la sensación de volverse a enrolar en una banda de rock al pasar de nuevo el examen, haciendo buena la frase de que los viejos roqueros nunca mueren.”
Mientras escribo de Stephen King
Ahora que lo pienso, 2018 fue un año muy interesante; en mi vida pasaron muchas cosas que me hicieron reflexionar con intensidad. Comenzaba a aceptar la idea de que algunos sueños, los más complejos, podían aguardar un poco más, y los más “sencillos” (porque no hay sueño que lo sea) serían mi objetivo a la vista.
Uno de esos objetivos replanteados fue el de la escritura. Cuando era niño comencé a escribir algunos cuentitos; nada del otro mundo y nada que recuerde del todo, pero tuvieron lo necesario para, en ese entonces, concursar en certámenes escolares de creación literaria. También tuvieron lo necesario para obtener reconocimiento en alguno de los tres primeros lugares, lo cual me motivó a seguir escribiendo; fue ahí donde, por primera vez, consideré que quizás podría dedicarme a escribir.
Pasaron los años y en mí surgieron otros intereses, entre ellos la música, que es otro de mis fuertes intereses. Pero por un periodo breve, en específico la secundaria, comencé a considerar dedicarme a hacer otras cosas, como ciencias, y puse todo mi empeño en eso, y no me iba tan mal.
Entonces llegué a la prepa y me sentí perdido; no sabía qué quería, qué hacía o a dónde iba; sólo existía. En las materias de ciencia no me iba tan bien como antes, o sea que tal vez no era lo mío, pero tampoco en las materias de sociales y humanidades me iba bien, así que tampoco eso era lo mío. Si no era Chana y tampoco Juana, ¿entonces qué?
Pasé muchos años así, sin saber qué hacía o a dónde iba. La carrera que elegí me gustó, pero ya quería terminar y hacer algo, y cuando empecé a hacer algo, no estaba seguro de qué tanto me gustaba eso. Ahora sé cuánto me gusta, pero en el ínter me re-encontré con la escritura, que desde entonces ha sido un escape de la rutina, una salida para mis pensamientos e ideas, e incluso un desahogo emocional.
Cuando decidí tomármelo más en serio fue que empecé a documentarme. Fue así que me encontré con este libro de Stephen King, donde a través de sus vivencias nos cuenta cómo fue que empezó a escribir, los cientos de rechazos que tuvo que enfrentar y cómo mientras escribía, su vida cambiaba de a poco. Al mismo tiempo, el autor comparte varias recomendaciones y saberes que la experiencia le han otorgado.
Con todo lo anterior que te conté podrías entender una parte del porqué este libro me ha marcado, pero me falta una cosa: fue una motivación a seguir escribiendo y no desistir. De tantas cosas importantes que comparte en su libro, podría rescatar una idea que resume todo: “lee mucho y escribe mucho”.
Somos seres cambiantes; cambiamos mientras crecemos, y nunca dejamos de crecer. Estos cinco libros que ahora comparto contigo podían ser distintos dentro de cinco años, e incluso dentro de uno podrían serlo; me preocuparía si aún fueran los mismos. Pero no hay manera de conocer el futuro, sólo construirlo a través del hoy.
Platiquemos sobre cinco libros que han marcado nuestras vidas dentro de un año, a ver qué sorpresas nos llevamos.
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