Al girar la perilla y cruzar el marco, se encontró con que había llegado a su centro de trabajo, ese donde había pasado los últimos cuatro años y donde ya no podía pasar un minuto más.
—¡Hola, Lenny!— le saludó con efusividad la recepcionista.
—Qué chistosa, Maribel— dijo con hastío— Yo no me llamo Lenny.
—¡¿Maribel?!— respondió la recepcionista indignada— Me llamo Lenny. Todos nos llamamos Lenny, ¿verdad, Lenny?
—¡Por supuesto, Lenny!— respondió el mensajero— Por cierto, Lenny, tu paquete llegó antes.
—¡Gracias, Lenny! Enseguida voy por él— atendió la supervisora— Lenny, ¿me ayudas con la computadora? No sé qué le hizo Lenny, pero creo que le metió algún virus.
—¿Otra vez Lenny? Lenny, voy a necesitar que me autorices la compra de ese nuevo antivirus— se dirigió el de sistemas a Lenny, quien se tambaleaba de la confusión ante esa extraña elección que tomó.
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