Puerta IX

 Nadie azota en el suelo sin pegar un grito infernal; su caso no fue la excepción. Luego de quejarse y toser por unos segundos, se levantó mientras sacudía sus prendas para quitarse el polvo de encima. Al levantar la mirada, notó a un grupo de adolescentes que le veía con un horror de esos que te helan por completo. Los gritos no se hicieron esperar.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, sintió como caía de nuevo hasta azotar otra vez. Esta ocasión, al levantarse notó la presencia de varias jovencitas en lo que parecía ser una pijamada; todas gritaron al unísono, excepto una que se decidió a dar un almohadazo a aquel ser que apareció así sin más. De pronto, y antes de recibir el primer golpe, volvió a sentir que caía.

Azotó. Ahora se halló en medio de unos borrachines que reían y vociferaban haberlo conseguido, mientras chocaban sus latas con torpeza a manera de brindis.

—¿Qué hicieron? ¿De qué se trata esto?—preguntó el ser con exaltación.

—¡Eres el espectro ese!—dijo uno entre risas— Decían que aparecías al decir “santo porrazo, que aparezca el espectro de un chingadazo” tres veces, todos al mismo tiempo.

—¡Chingadazo el que te voy a poner!—gritó amenazante mientras corría a cumplir su cometido contra uno de los borrachines.

Otra vez cayó; aquel 31 de octubre fue un día ocupado.


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