—¿Cuál es tu propuesta?— preguntó mamá intrigada.
—Me alegra que tú preguntes, mamá— dijo Miky mientras su sonrisa se hacía más grande—, porque mi idea es que hagamos un karaoke; sé cuánto te gusta cantar.
—¡¿En serio?!— celebró mamá con emoción; miró entonces a su esposo con ilusión— Podríamos cantar como en los viejos tiempos.
—¿Por qué, mami?— preguntó Melissa con curiosidad.
—Antes cantaban juntos— dijo Miky con desinterés, en un intento por evitar la historia que ya había escuchado cientas de veces.
—Tu papi y yo cantábamos juntos cuando éramos jóvenes— comenzó mamá; su mirada se volvió nostálgica—. Él tocaba el teclado y yo cantaba; andábamos por todas partes dando presentaciones.
—¡Chulada de voz la de tu mami!— recordó el abuelo con una sonrisa— Y tu padre no cantaba mal las rancheras, eh.
—¿Cantaban rancheras?— preguntó Melissa extrañada; no se imaginaba a su padre, que siempre estaba tan serio, cantando música ranchera.
—Cantábamos de todo— respondió papá con una nostalgia que sonaba más a tristeza—, y sí que juntábamos mucha gente. Pero era en bares, cantinas, lugares chiquitos.
—¿Y por qué dejaron de hacerlo?— preguntó Miky con falsa curiosidad; ya sabía muy bien la razón.
—Había que trabajar en serio, en algo de verdad— concluyó la conversación papá, ya que se levantó de la mesa. El resto, sin embargo, lucía entusiasmado con la idea de Miky.
Ya en la noche, tras haber cenado y amenizado con música variada para entrar en calor, la mayoría de la familia se dirigió a la sala de estar, donde una bocina y un par de micrófonos ya esperaban el comienzo del tan ansiado karaoke. Con micrófono en mano, Miky sugirió que podía ser cualquier tipo de canción, aunque apoyaba más la idea de cantar villancicos. Mamá y el abuelo se servían una copa más de coñac; ambos habían perdido la cuenta horas atrás.
Al instante, Melissa dio un paso al frente y pidió cantar “Arre borriquito”, canción que cantó con mucho entusiasmo y alegría que contagió en especial a su mamá, quien le aplaudió como nunca, ya que era la primera vez que la había escuchado cantar. Le siguió Miky, quien decidió cantar “Noche de paz”, canción que interpretó con entrega y pasión, a pesar de su voz desafinada.
Miky invitó a su papá a cantar, pero él se negó diciendo que no quería hacer el ridículo. Molesta por esa reacción, mamá se levantó al instante y buscó la canción que decidió cantar, la cual dijo, sería un regalo navideño para su marido. Así, comenzó a interpretar “Tu dama de hierro”, la cual cantó como sintiendo cada palabra en cada verso e incomodó a todos, en especial a papá.
Apenas había terminado mamá, el abuelo se levantó para quitarle el micrófono y pedirle a Miky que pusiera “Hermoso cariño”. Mientras sonaba la introducción musical, el abuelo dijo que dedicaba esa canción a su difunta esposa. Cantó los primeros versos, pero no logró llegar más allá; comenzó a llorar con amargura.
De inmediato, papá se levantó para quitarle el micrófono al abuelo y anunciar que el karaoke se había cancelado, para después tomar la bocina y llevársela a guardar.
—Gran idea, Miky— dijo mamá con sarcasmo, mientras abrazaba al abuelo, en un intento por consolarlo—; quitándonos la música otra vez.
—Miky no hizo nada— dijo Melissa confundida.
—Sí, nacer— dijo Miky con decepción para después irse a su recámara. Ahí, en la oscuridad, y cobijado por el frío de la noche más helada de los últimos años, Miky sintió la mayor tristeza de su vida. Pensó que, sin importar qué, todos en esa familia se dañaban entre sí, y a pesar de lo grato de los esporádicos momentos de alegría, la mayoría de las veces la dinámica familiar era insana y agresiva, por lo que un instante agradable no remediaría todo lo demás.
Así, por su ventana entraban los cánticos alegres de “Noche de paz”, y después de tantos años de contención, Miky por fin liberó el amargo llanto que por tanto tiempo guardó.
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