Cena del 24: propuesta de Melissa


 

—¡Hagamos galletas navideñas!— propuso Melissa con alegría.

—¿Galletas?— preguntó el abuelo entre risas; le había enternecido la propuesta de su nieta.

—Hace mucho que no hacemos galletas— dijo Melissa con nostalgia.

—¡Pues que sean galletas!— concluyó Miky con una sonrisa más grande—. ¿Qué opina el resto?

—Hay que ir a comprar algunos ingredientes, ya no hay— señaló mamá.

—Pues se compran y ya— dijo papá mientras se levantaba para traer su billetera.

—¡Sí, galletas!— celebró Melissa mientras, aún sentada, daba pequeños brincos.


Después del desayuno, mientras papá levantaba los platos sucios de la mesa y mamá comenzaba a alistarse para preparar la cena para esa noche, Miky y Melissa comenzaron a reunir lo necesario para la elaboración de las galletas. Miky se acercó al cajón donde solían guardar los cuchillos, en búsqueda de un cortador de galletas. Del otro lado de la cocina, papá lo observaba con intriga.

—¿Qué necesitas?— le preguntó a Miky.

—Buscaba el cortador de galletas con forma de— Miky titubeó un momento—, ya sabes, las que tienen forma de… de… de galleta de jengibre.

—No lo vas a encontrar— dijo papá mientras se acercaba con las tazas sucias en ambas manos—; el que teníamos ya estaba oxidado. Hay que comprar uno, o háganlas cuadradas y córtenlas con un cuchillo.

—Si no tienen forma no son navideñas— dijo Melissa con preocupación.

—Llévalos al súper— dijo mamá a papá mientras cortaba lo necesario para el relleno del pavo.

—¿A esta hora?— papá alzó la voz a la par que soltó las tazas en la tarja— Ya debe estar lleno por toda la gente que deja todo para el final.

—No si vas con el galletero— dijo mamá mientras continuaba cortando; los cortes que hacía se volvían más rápidos y fuertes—, ahí no hay tanta gente porque sólo venden cosas de repostería.

—Va a estar cerrado— concluyó papá mientras salía de la cocina.

—Podemos ir caminando— propuso Miky al sentir la tensión en el ambiente—, no está lejos, y sería lindo aprovechar la salida para caminar con el perro.

—Yo les llevo, Miky— aseguró mamá con una sonrisa que a todas luces trataba de ocultar el enojo, y después comenzó a musitar varias cosas que Miky no pudo entender.

Tras guardar lo que ya tenía listo para la preparación de la cena, mamá, Miky y Melissa fueron a comprar lo necesario para la elaboración de las galletas, y tras menos de 30 minutos, ya habían regresado a casa. El abuelo les recibió afuera de la casa, mientras permanecía sentado en una mecedora, bebiendo coñac en una taza. Mamá se acercó a preguntarle algo en voz baja, lo cual llamó la atención de Miky, quien notó que la respuesta irritó a su mamá.

Miky intentó no prestarle mucha atención a eso y se dirigió junto a su hermana a la cocina para comenzar con la preparación de las galletas navideñas. Melissa se veía muy contenta, y no paraba de hablar de cuánto le emocionaba hornear galletas. El abuelo entró a la cocina y sirvió más coñac en su taza, y un poco más en otra, la cual acercó a mamá, quien sin dudarlo bebió de un solo trago.

Durante la preparación de las galletas, Melissa le contaba a Miky sobre una película de princesas que había visto la noche anterior, y cómo anhelaba la apertura de regalos para ver si le habían traído el vestido morado que tanto había pedido desde que vio esa misma película por primera vez en abril. Miky asentía y hacía preguntas cada tanto para mantener a su hermana ocupada en la conversación y el proceso de las galletas, de modo que no pudiera notar que mamá y el abuelo habían bebido ya una botella entera de coñac entre los dos.

Llegó la hora de la cena, y la mesa estaba ya dispuesta para que la familia se sentara, sin embargo, papá no había regresado desde que salió en la mañana. Las luces del árbol ya estaban encendidas, pero no había música navideña que amenizara el baile de las luces; en su lugar, sonaba por sexta ocasión “Frente a frente” de Jeanette, canción que mamá cantaba cada vez con más fuerza, como sintiendo cada palabra en cada verso.

—¿Dónde está papi?— preguntó Melissa con preocupación.

—¡Magia!— exclamó el abuelo entre risas— ¡Feliz navidad, pececita!

—A lo mejor llega pronto— dijo Miky, tratando de tranquilizar a su hermana—, y ya todos juntos vamos a decorar galletitas.

—¡Sí! ¡Ya quiero hacerlo!— celebró Melissa; su mirada reflejaba ilusión.

—¡Comamos y bebamos!— entró mamá al comedor alzando una copa con gesto triunfante; tambaleante, se dirigió hacia sus hijos.

—¿Y mi papi?— preguntó Melissa, de nuevo preocupada.

—¡Shh!— dijo con fuerza mamá, haciendo un gesto de silencio con el dedo índice sobre su boca— No invoques al Grinch, digo, a ya sabes quién.

—Ese es Voldemort— dijo Miky con evidente molestia—. Ya contrólate, mamá; vamos a cenar, pues.

—¡Súbele, pa!— gritó mamá con emoción cuando escuchó las primeras notas de “La gata bajo la lluvia”.

—¡Ya párale, mamá!— reclamó Miky.

—¿Cómo quieres que me calme— mamá se detuvo para dejar escapar un pequeño eructo; tambaleaba más— si están esos te-ma-zos?

—¡Tú los estás poniendo!— exclamó Miky quien se dirigió hacia el reproductor de música, pero se detuvo cuando notó que el abuelo, quien ya estaba ahí, comenzó a vomitar.

—¡Abuelito!, ¿estás bien?— preguntó Melissa con más preocupación.

—¿Estás son las galletas que hiciste?— preguntó mamá al ver la charola con las galletitas apiladas; conmovida, dejó la copa sobre la mesa y tomó la charola entre sus manos— ¡Mira, pa! Tienes que ver esto.


Luego de andar varios pasos tambaleantes, mamá perdió el equilibrio y la charola de galletas se ladeó, provocando que todas cayeran al suelo, destrozándose en el impacto. Mamá contempló las galletas en el suelo y comenzó a llorar, mientras se agachaba para levantarlas. Esas galletas eran una gran ilusión para Melissa, y ahora estaban rotas, al igual que la esperanza de Miky de tener una noche distinta en familia.

Miky se dio la vuelta para tratar de consolar a Melissa, pero sólo alcanzó a ver cómo subía corriendo por las escaleras, llorando con fuerzas. Cuando Miky regresó, notó a su abuelo dormido en el suelo, a un lado de un charco de vómito, y a su mamá, sentada en el suelo, junto a las galletas rotas, llorando en silencio, mientras ahora sonaba el coro de “Hijo de la Luna”. 

Al no hallar más remedio en toda esa situación, Miky apagó la luz del comedor y se sentó en su sitio, donde permaneció en silencio. En la oscuridad de esa habitación, y cobijado por el frío de la noche más helada de los últimos años, Miky sintió la mayor tristeza de su vida. Pensó que, sin importar qué, todos en esa familia se dañaban entre sí, y a pesar de lo grato de los esporádicos momentos de alegría, la mayoría de las veces la dinámica familiar era insana y agresiva, por lo que un instante agradable no remediaría todo lo demás.

Así, mientras en el reproductor de música en casa se oían los cánticos alegres de “Noche de paz”, y después de tantos años de contención, Miky por fin liberó el amargo llanto que por tanto tiempo guardó.


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