—¿Tú qué quisieras?— preguntó Miky.
—Hace mucho que no hacemos galletas— dijo Melissa con nostalgia.
—¡Pues que sean galletas!— concluyó Miky con una sonrisa que desapareció en el instante en que Melissa salió de la habitación. Algo en la mirada nostálgica de su hermana le hizo desechar todos los planes malignos que tenía en mente para arruinar la noche. Todos excepto uno que, creía, resultaba incluso absurdo: arruinar las luces del árbol de navidad. Recordó que mamá decía que un arbolito sin luces era sinónimo de una triste navidad, y ese era el objetivo de Miky, hacer que todos se sintieran tristes. Todos excepto su hermana; por eso había accedido a hacer galletas navideñas.
Sin darle más vueltas, Miky tomó las tijeras de punta chata que tenía en la olvidada mochila escolar y bajó hacia donde estaba el árbol. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie le estuviera observando; entonces tomó el cable de la serie de luces amarillas e intentó cortarlo, pero debido a la falta de filo en las tijeras, apenas y logró hacer un ligero corte que dejó expuesta una parte del interior.
Miky fue a la cocina para buscar un cuchillo con más filo para cortar el cable por completo. Sin embargo, mientras buscaba entró papá.
—¿Qué necesitas?— le preguntó a Miky, causando que diera un salto por el susto; pensó ser la única persona ahí.
—Buscaba el cortador de galletas con forma de— Miky titubeó un momento—, ya sabes, las que tienen forma de… de… de galleta de jengibre.
—Tu hermana y tu mamá fueron a comprar uno— dijo papá mientras le echaba un vistazo al pavo en el horno—; el que teníamos ya estaba oxidado. Mejor ayúdame a hacer la ensalada; lávate las manos.
Miky hizo lo que su padre le ordenó y entre los dos prepararon con rapidez la ensalada. Al terminar, salieron al patio para sentarse con el abuelo, quien con una mano sostenía su coñac y con la otra jugueteaba con el perro. Mientras los tres permanecían en silencio la no haber encontrado sobre qué conversar, el abuelo comenzó a aspirar con la nariz, esforzándose por identificar mejor el olor que percibía.
—¿No les da olor como a quemado?— preguntó el abuelo mientras seguía olfateando.
—Huelo el alcohol— dijo papá con tono indiferente.
—Me da el olor como que viene de adentro— insistió el abuelo.
—No ha de ser nada— concluyó papá, restándole importancia al asunto.
—¿Y si es el pavo?— se inquietó Miky.
—No es pavo— intervino el abuelo de inmediato—; huele más bien como a plástico.
—Entonces no es nada— dijo papá en un nuevo intento por finalizar lo que creía era un delirio de su suegro.
Minutos más tarde, Miky también percibió el olor a quemado. Miró de reojo a la casa y notó lo que parecía ser humo saliendo del interior.
—¡El pavo!— gritó Miky, levantándose de inmediato de su sitio para correr a revisar; el abuelo le siguió. Al abrir la puerta, ambos notaron que lo que se incendiaba era el árbol, cuyas flamas ya habían alcanzado la alfombra y parte del techo.
El abuelo corrió de regreso al patio para avisar a su yerno del incidente. A la par, Miky, con preocupación y remordimiento, corrió para tomar una cubeta de agua en un intento por sofocar el incendio. Justo antes de lanzar el chorro hacia el fuego, el abuelo empujó a Miky, quien soltó la cubeta en el acto y después fue jalado hacia el exterior.
—Pudiste morir— dijo el abuelo, agitado y asustado. De pronto se escuchó un fuerte sonido de corto circuito, seguido de una llama que parecía más prominente.
Tras un par de horas combatiendo el incendio, los bomberos lograron sofocarlo. La casa fue consumida de forma parcial por el fuego, y aunque había partes donde podían permanecer porque no fueron alcanzadas por las llamas, la familia decidió que no era seguro quedarse ahí, por lo que se trasladaron a una posada, donde pasarían al menos esa noche. Toda la familia ocupó un mismo cuarto, el cual se quedó a oscuras pronto ya que nadie sintió ánimos de siquiera cenar.
En la oscuridad de esa habitación, y cobijado por el frío de la noche más helada de los últimos años, Miky sintió la mayor tristeza de su vida. Sabía que había causado esa tragedia, pero no dejaba de pensar que eso no habría ocurrido de no ser porque, sin importar qué, todos en esa familia se dañaban entre sí, y a pesar de lo grato de los esporádicos momentos de alegría, la mayoría de las veces la dinámica familiar era insana y agresiva, por lo que un instante agradable no remediaría todo lo demás.
Así, mientras a lo lejos se oían los cánticos alegres de una grabación musical de “Noche de paz”, y después de tantos años de contención, Miky por fin liberó el amargo llanto que por tanto tiempo guardó.
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